Era Don Germán un hombre respetado en su comunidad, una auténtica autoridad social. Tal consideración por parte de sus conciudadanos había sido ganada a pulso de una sacrificada rectitud y unos principios sin mácula. Estas características hacían de él una autentica rara avis en un mundo donde la corrupción, la falsedad y el egoísmo eran la moneda de cambio doquier se mirara.
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