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viernes, 17 de octubre de 2014

Trailerbook de "La Cara B de la Historia"




¿Quieres saber de que va "La Cara B de la Historia"? ¡Mira el simpático trailer promocional de mi libro!.



¡Ya a la venta en eBook y, próximamente, en papel!





domingo, 24 de agosto de 2014

La Cara B de la Historia, nuevo libro de Ireneu Castillo

Hola a todos!

Os informo de la aparición en el mercado a partir del día 15 de este mes de septiembre de mi nuevo libro basado en mi blog Memento Mori llamado "La Cara B de la Historia", el cual se podrá adquirir tanto en formato eBook (por las principales plataformas que distribuyen obras en castellano a nivel mundial) como en formato papel.

Aquí os adjunto el enlace a la ficha del libro que la editorial "Ven y te lo cuento" (editora del libro) ha publicado en su página web.

http://www.venytelocuento.com/colecciones/16_-191-Y-si-fuese-cierto/238_La-cara-B-de-la-historia/


Se pretende hacer una presentación  de cara a octubre, aún por concretar fecha y lugar específico pero os iré informando según tenga información más detallada.

Gracias por vuestro apoyo para hacerlo posible!

¡Espero que os guste! 

-Ireneu Castillo-


Mi nuevo libro, a la venta a partir del 15 de septiembre

lunes, 28 de abril de 2014

Hoy, cuento: El Metro

¡Dios mío! ¡Las seis menos cuarto de la mañana! A correr.

Si, señor, a correr. Era el primer día después de 15 años de estar trabajando en aquella empresa que llegaba tarde. El despertador no sonó al pararse, al parecer por falta de pilas, a las 3 de la mañana. Mi horario de entrada eran las seis, pero tenía mas de 20 minutos en un trayecto que usualmente hacía en autobús; el L-22, más concretamente. Ni dándome toda la prisa posible llegaría a tiempo.

Me vestí, arreglé y desayuné tan rápido como jamás lo había hecho.

Salí a la calle corriendo para ver si aún podía coger el autobús, que algunos días llegaba un poco mas tarde... podía dar la casualidad y tardar un poco más. No. No dio la casualidad y ya el próximo no salía hasta dentro de 20 minutos. Imposible -me dije- y decidí coger el metro.

No me quedaba muy lejos, pero no lo había cogido nunca en aquella estación ya que tenía la costumbre de tomar el bus... y por la confianza que tenía con uno de los conductores, una mujer joven, simpática y agraciada, con quien coincidía normalmente a aquellas horas. Todavía era de noche y bajé las escaleras de acceso. 

Hacía frío, incluso dentro, debía ir totalmente destemplado del súbito despertar; ello me hizo abrocharme bien el abrigo que llevaba. Me dio el billete una gris taquillera, fría como el tiempo, que ni se dignó a mirarme al entregármelo. Accedí al andén y me senté en espera del siguiente convoy.

El tren no tardó mucho en hacer acto de presencia en aquella gélida estación, que parecía estar al aire libre si no supiera que estaba a unos 10 metros bajo el nivel del suelo.

Poca gente. Cambié de vagón al ver el par de “pintas” que iban en el que me tocaba entrar. Entré en uno vacío, me senté cómodamente en uno de los asientos que daban hacia la ventana y empecé a leer el periódico para poder olvidar los nervios de mi primer día de impuntualidad; 30 euros de multa no me los quitaría nadie, me apostillé.

El metro arrancó suavemente entre el sonido de sus motores eléctricos y ejes nuevos.

Un rato después, me di cuenta de que debíamos estar llegando y plegué el diario; estábamos entrando en la estación. Un estremecimiento me recorrió todo el cuerpo: llegábamos a la misma estación de partida.

-¿Qué pasa aquí? ¿Me he dormido? ¿Me he equivocado?- No podía dar crédito a mis ojos. Se escapaba a mi racionalidad.

El vagón volvió a arrancar. Esperé la siguiente parada y... un sudor frío como el ambiente me inundó el cuerpo: estaba entrando y saliendo continuamente de la misma estación. No estaba durmiendo, no era un sueño. Era real.

La misma gris e impersonal taquillera, los mismos tipos en el vagón de delante, la misma colilla humeante. Toda la situación me produjo un ataque de pánico que malamente contuve y salí con la máxima brevedad posible del tren y de aquellas instalaciones malditas.

Subí los escalones de tres en tres y me metí directamente en un rancio bar que había frente la salida del “metro”. Encargué un cortado y me fui rápidamente al lavabo. Los nervios, sin duda.

Estando en situación me di cuenta que aún llevaba el tiquet azul del metro y no dudé en tirarlo por el retrete a la vez que estiraba de la cadena; no quería nada que me recordara tan angustioso momento.

Una vez fuera, no pude contenerme y le expliqué lo que me había sucedido al veterano camarero.

¿Metro? Perdone, caballero, usted se equivoca. Aquí no hay parada.


No podía dar crédito a mis ojos. Se escapaba a mi racionalidad.


viernes, 21 de marzo de 2014

Hoy, cuento: El corredor

Estoy cansado. Ya llevo una hora en este trayecto, de casi dos horas de duración, y la verdad es que ya no sé ni qué postura coger. Estos butacones son tan cómodos que no me extrañaría que su diseñador hubiese sido un antiguo fakir pero... ¡qué vamos a hacer! seguiremos sometiendo a los isquiones a un duro entrenamiento en pos de conseguir el record mundial de permanecer sentado sobre una piedra de granito. Bromas a parte, y que quede entre nosotros, ya tengo el “dos de oros” entumecido; si me pellizcan no voy a tener el gusto de ver al autor o autora de dicha gentileza. Maldito asiento.

Este camino me toca hacerlo cada día dos veces para ir y volver del trabajo, y es una autentica paliza diaria. Si duro es a la ida, porque es de mañana y con el madrugón casi no atinas a entrar por la puerta de la estación, por la noche es insufrible, porque con el cansancio de un duro día de trabajo y la incomodidad supina de los asientos, es lo más parecido a un “vía crucis” que puede existir. Eso sí, con la cruz convertida en una magnífica mochila acolchada.

Mas de uno me ha preguntado el porqué de un trayecto tan largo, pero cuando les explicas que tenía que escoger entre dormir en un parque o en una casa, lo entienden rápidamente. Y aún el gobierno se queja de la escasa movilidad laboral... ¡Con un calcetín sudado les pegaba!

Un tipo corriendo acaba de pasar a lo largo del vagón, y ha cambiado de coche. Algo debía de buscar, aunque espero que no sea nada alarmante.

Para ser francos, cuando lo he visto pasar corriendo arriba y abajo del vagón dos veces, me he alarmado mucho, pero ya lleva pasadas delante de mí unas veinte veces y más que nerviosismo, lo que tengo es un “mosqueo” de antología. ¿Este tipo por qué corre? ¿Una promesa? ¿Aprovecha el tiempo en el tren y se lo ahorra de gimnasio? No sé.

La curiosidad me devoraba y no he podido más que parar al curioso corredor.

-¡Oye! ¿Que ocurre algo? Llevas media hora corriendo por el vagón.

-¡Ah! ¿Eso? No, no es nada. – respondió el atípico atleta- Lo que pasa es que me gusta mucho el trayecto y para que se me haga más largo lo hago corriendo. De esta forma hago más distancia y disfruto más del viaje.

Si me pinchan, me habrían hecho daño, seguro, pero no habrían sacado gota. Yo, quejándome todo el día de que el viaje es eterno, y hete aquí que encuentro a alguien al cual se le hace corto. Definitivamente, el mundo está mal repartido.

Tras pensar un buen rato, he retrasado mi reloj. De esta forma, yo consigo llegar antes... y él también.

¡Qué malo soy!

¡Ah! ¿Eso? No, no es nada.

martes, 25 de febrero de 2014

Hoy, cuento: La respuesta

¿Qué hace el viejo chamán allí arriba? Esta era la pregunta que se hacían todos los habitantes del poblado indio, cuando vieron al honorable hombre-medicina sentarse en lo alto de la colina que domina el campamento.

Lo cierto era que las cosas, desde hacia tiempo, no marchaban bien. El hombre blanco, en su ambición de poseer lo que no era poseible, amenazaba constantemente la vida de aquella gente respetuosa y sabia, pero salvaje e ignorante a ojos de aquellos cuyos ojos tapaba el opaco velo del egoísmo.

Hasta ahora, la valentía y el pundonor de los guerreros de la tribu había puesto un débil freno a la expansión enfermiza de una gente que solo veía en ellos un obstáculo para poderse apropiar de la tierra, de los pastos o de los animales, como si el cielo, el agua, la tierra, los coyotes, los bisontes o las almas, pudieran ser propiedad de alguien. Pobres blancos ignorantes. La Madre Tierra les hará ver cuan equivocados van en su camino.

Desgraciadamente soplan vientos de guerra, de una guerra no deseada, pero obligada. La supervivencia de una cultura, de una forma de vivir y entender el mundo que le rodea está en grave peligro. Si todo sigue igual, nuestros hijos no podrán continuar con la sabiduría que generaciones y generaciones han acumulado y traspasado a su vez a sus descendientes desde que la Tortuga y el Coyote crearan el mundo. Este mundo que está desapareciendo por la maldad y la avaricia de una gente con la que no queremos luchar, porque no hay porqué luchar... ¡La Madre Tierra nos da todo y para todos! Pero todo es insuficiente para aquel que no sabe, ni quiere, ponerse un límite. La vida es un círculo eterno; las estaciones, las cosechas, las migraciones, la luna, el Sol... son reflejos de este círculo. Y tras el todo, lo único que cabe encontrar es la nada. ¿No lo ven?

No. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

No se sabía cuando sería la próxima batalla, si mañana, pasado o tal vez dentro de 2 años... pero se sabía que se iba a producir. Todos los tratados de paz firmados con el hombre blanco eran sistemáticamente incumplidos y nuestros pueblos, progresivamente aniquilados o desplazados a tierras donde ya no había nada que comer. Nos estaban quitando nuestra dignidad; nos estaban matando en vida.

Defenderemos nuestra vida con nuestra vida. Porque, de todas formas, cualquier día es un buen día para morir.

Pero... ¿Qué buscaba el anciano en aquella pelada cumbre? La respuesta era sencilla: una respuesta.

En aquel momento, un águila cruzó el sanguinolento cielo rojo de aquel crepúsculo infinito.

Una lágrima rodó por su mejilla.

Un águila cruzó el sanguinolento cielo rojo de aquel crepúsculo infinito.

domingo, 26 de enero de 2014

Hoy, cuento: El suéter

¡Brrr! ¡Qué fresquito! Era sábado y me acababa de despertar, y el frío que notaba en la cara, me hizo repensarme unas veinte veces la conveniencia o no de ir a visitar la feria anual que se organizaba en mi población. Había quedado con mis amigos más bien tarde, aunque sabía perfectamente que no se podría dar un paso de la gente que se iba a dar cita en el centro de la ciudad. Pero era sábado y lo que menos nos apetecía a todos era madrugar.

Al final hice el esfuerzo y salí de la cama, no sin añoranza de lo que me dejaba atrás. Me levanté, hice mis primeras manifestaciones de actividad del día y me espabilé de golpe con el agua fría sobre mi cara, que más que golpe, me supuso un soberbio mazazo despertador. Aún sin sentirme la cara por el frío, empecé a vestirme, ya se me hacía tarde. Los pantalones, los zapatos, la camiseta, y como aún tenía fresco, me puse un suéter de cuello alto de color negro bastante elegante. Metí las manos, la cabeza, y cuando mi generosa inteligencia acabó atravesando el gran túnel que suponía el largo cuello del suéter, no pude, por menos, que quedar petrificado.

Estaba en una fría plaza pública que no reconocía de nada, y que difícilmente podía ubicar en algún sitio conocido. Un gentío enorme me rodeaba y, mirándome, carcajeaba con toda la fuerza de sus pulmones; unos pulmones que lanzaban hacia mi persona una espeluznante y atroz carcajada.

Me habían hecho un corrillo inmenso y estaba en el helado centro de la soledad más absoluta y de la crueldad más despiadada. Nadie hacía nada, solo me miraban y reían y reían. Reían la risa del desprecio, la risa del odio, la risa de la muerte. El frío y el miedo me llegaban al tuétano y quise huir de aquel espectáculo kafkiano. Necesitaba huir.¡Debía huir! La gente abrió el corro sin parar de carcajearse y me alejé de allí lo más rápidamente que dieron mis piernas y la intensa muchedumbre reidora. Pero sólo podía huir.

Por allí por donde pasaba, todo el mundo se reía de mí. Aquí, allá... cien metros más adelante, doscientos metros, quinientos metros... ¿¿Qué hago aquí?? ¿¿Cómo he llegado?? ¡¿Qué le había hecho yo a esa gente que no conocía?! ¡¡¡¿Porqué se ríen?!!!

En mi desesperación cogía a la gente de la pechera y le preguntaba violentamente, pero no paraban de reír y reír. Ni una palabra, solo la carcajada cruel y exagerada. Caí de rodillas en medio del gentío llorando de pánico e impotencia implorando a la gente un simple... ¿Porqué?.

Fue entonces cuando caí en la cuenta de que había sido a raíz de ponerme el suéter que todo esto me estaba pasando. Decidí quitarme con la máxima rapidez el suéter, el cual, sin duda, debía haber tejido el mismísimo Diablo. Estiré con toda la fuerza de mis brazos hacia arriba y cuando volvió a atravesar mi cabeza el largo tubo del cuello, el decorado fue aún más escalofriante si cabe.

Estaba en medio de mi conocida y familiar Plaza Mayor, arrodillado, sucio y lloroso, rodeado por un inmenso gentío que había formado un corro a mi alrededor. Eran mis vecinos, mis conocidos, mis amigos.

Reían.

¡¡¡¿Porqué?!!!